
LA PRIMERA MITAD DEL SIGLO XIX: EL ROMANTICISMO
I. GÉNESIS DEL ROMANTICISMO. EL ROMANTICISMO EN EUROPA.
Según la inmensa mayoría de sus teóricos, el Romanticismo no fue una simple moda o tendencia literaria; sino una corriente de pensamiento global; que alcanzó a la totalidad de los sectores de la vida y la cultura occidental. Se concibe el movimiento como una revolución artística, social e ideológica que implica el fin del Antiguo Régimen, y, en consecuencia, una de las etapas de la cultura occidental equiparable en su calado y trascendencia al Renacimiento o la Ilustración.
Antes de pasar a analizar los rasgos estéticos e ideológicos del Romanticismo, parece necesario indagar en los factores históricos y filosóficos que lo propician y de los que se nutre.
Desde el punto de vista político, la transición del siglo XVIII al XIX (época en la que surge el Romanticismo en sus países de origen) es una etapa marcada por varios acontecimientos revolucionarios que transforman de un modo radical la sociedad occidental:
• La Revolución Industrial (1760-1840) supondrá el desarrollo del maquinismo y la implementación de nuevas formas de producción que conducen al auge de la clase burguesa y el liberalismo, en pugna con el proletariado y las nuevas políticas (comunismo, anarquismo) asociadas al movimiento obrero.
• La revolución americana e independencia (1776) de Estados Unidos, a la que habría que añadir otros muchos procesos de descolonización que se producen entonces.
• Los movimientos nacionalistas europeos, que se produjeron en dos formatos radicalmente opuestos. El unificador de Alemania o Italia; y el disgregador de los territorios adscritos a los imperios austriaco y otomano.
• La Revolución francesa (1789), que se convertiría en el emblema de todos los partidarios de suprimir definitivamente las desigualdades promovidas por el Antiguo Régimen.
En el ámbito de la cultura, una serie de escritores y pensadores, se convertirán en portavoces de una ideología acorde con los nuevos tiempos, de la que se hará eco el movimiento romántico.
Entre estos precursores del Romanticismo destacan:
• Rousseau, cuya obra ilustra el conflicto, típicamente romántico entre el individuo y la sociedad, que, en su mito del buen salvaje, considera esencialmente mala.
• Hegel y Fichte extreman los posicionamientos idealistas inaugurados por Kant, exaltando el individualismo y el espíritu; en contraposición con los ideales cívicos y comunitarios que habían caracterizado a la Ilustración.
• En el terreno de la estética y la teoría del arte se producen también profundas transformaciones cuya máxima expresión es el movimiento Sturm und Drang (tempestad y pasión) alemán. Dicho movimiento promueve el predominio del sentimiento sobre la razón, la primacía del genio individual sobre los preceptos decretados por la tradición y el interés por las manifestaciones populares del arte entendiéndolas como cauce de expresión del Volksgeist (espíritu del pueblo). Estas mismas tendencias estéticas aparecen también muy arraigadas en Inglaterra en la que el furor por la mitología celta y escandinava fue una constante. Es significativa, en este sentido, la moda Ossianista, que parte de la publicación de unos poemas atribuidos a Ossian, bardo irlandés del siglo III creado, al igual que los poemas, por Mac Pherson, el supuesto editor-traductor de este poeta inexistente que, paradójicamente, sería imitado hasta la saciedad en toda Europa.
En este caldo de cultivo surge el Romanticismo en su vertiente literaria. Sus países de origen son Alemania e Inglaterra. En ellos, el movimiento ya se encuentra plenamente consolidado en torno al 1800. Desde allí, se irá extendiendo paulatinamente al resto de Europa, en un proceso de difusión que se puede considerar culminado en 1830.
Antes de pasar a exponer las constantes ideológicas que subyacen a la visión del mundo romántica, y analizar su arraigo en España, conviene mencionar a algunos de sus máximos representantes en los primeros países que lo asumieron.
En Alemania, nos encontramos con el grupo de Jena de orientación tradicional, en el que figuraron autores tan importantes como Schiller, Novalis o los hermanos Schlegel; y El grupo de Heidelberg engrosado por Heine, Hoffman y los hermanos Grimm, entre otros.
En Inglaterra, no podemos dejar de mencionar a Walter Scott y a Wallpole, padres de la novela histórica y gótica, respectivamente; a Lord Byron, William Blake o Keats, en el terreno de la lírica.
Chateaubriand, Victor Hugo, Lamartine o Madame Stäel en Francia.
II. LA CONCEPCIÓN ROMÁNTICA DEL MUNDO.
Hemos expuesto los acontecimientos y los ideales que condicionan el surgimiento del Romanticismo, partiendo de ellos, podemos realizar una síntesis de los rasgos que esencialmente componen la visión del mundo romántica.
1. Irracionalismo, subjetivismo e idealismo. Este el sustrato filosófico sobre el que se asienta la perspectiva romántica de la existencia. La razón se considera insuficiente para explicar el mundo; puesto que el caos y lo inexplicable son componentes esenciales de la realidad (irracionalismo). En consonancia con ello, se reivindican, desde un posicionamiento subjetivista, nuevas formas de conocimiento como la intuición, la imaginación o el instinto. Por último, otra constante, casi obsesiva en el ideario romántico es la búsqueda de lo trascendente, de lo ideal, de lo absoluto, que en la mayoría de los casos conduce a la perpetua insatisfacción.
2. Sentimiento de no plenitud. El rasgo neurálgico de la concepción romántica de la vida es lo que Hegel denominó la conciencia desgraciada. El Romanticismo entronca, en este sentido, con movimientos culturales anteriores y posteriores a él, como el Barroco y el existencialismo. La vida se ve como algo inconsistente y fugaz que provoca angustia y frustración. Desde este presupuesto, se explica la obsesión romántica con la muerte, los ambientes sepulcrales, las ruinas y la vida de ultratumba formalizada literariamente en géneros como la novela gótica o de terror.
3. Desacuerdo con el mundo. Parafraseando a Cernuda, podemos resumir el Romanticismo como un eterno conflicto entre la realidad y el deseo. El romántico es un eterno descontento, cuyos ideales chocan contra una realidad injusta y encanallada por el progreso y la industrialización; una realidad dominada por la gris burguesía compuesta de mercaderes y tecnócratas. Ante este desengaño, caben dos posibles actuaciones: la rebeldía literaria y existencial, tal es la que adoptaron Lord Byron o Espronceda, conspiradores en la literatura y en la realidad; o la evasión, a través del cultivo de lo exótico y lo histórico, en la literatura, y mediante el suicidio (como es el caso de Larra) en la vida.
4. La libertad. Es el valor central exaltado por el romántico, y se traduce, en algunos casos, en una postura liberal en política, y de lucha en defensa de los desfavorecidos. Se traduce, también, en un desprecio total hacia todos los preceptos que lastren la creatividad personal, en el terreno del arte. Estas ansias de libertad, en consonancia con lo que hemos dicho anteriormente, pocas veces llegan a realizarse, apareciendo abocadas, casi siempre, a un desenlace trágico en el que la ciega injusticia del destino acaba imponiéndose.
5. Exaltación del yo. Este factor imbuido de la filosofía de Fichte, nos muestra al romántico como un ser que se considera superior al mundo que lo rodea. El poeta ya no es, como en la Ilustración, un sabio metódico que domina una técnica; sino un genio dotado para la poesía desde su nacimiento, y tocado por la inspiración. Los románticos se consideran a sí mismos una élite de seres superiores e incomprendidos por el vulgo, que viven (por afirmar su individualidad) en la soledad más radical. Una soledad que en muchos casos tratan de paliar buscando el amor.
6. La naturaleza dinámica. El sentimiento de la naturaleza es otra constante en la creación romántica. Frente a la naturaleza artificiosa y armónica del Neoclasicismo, el romántico se inclina por los paisajes salvajes y tempestuosos, que desbordan la percepción por su grandiosidad, provocando un efecto sublime. La noche, los bosques, las tormentas, los cementerios y las ruinas dominan la imaginería romántica. Estos paisajes aparecen, además, en la mayoría de los casos subjetivados.
7. La historia. Debido a su desacuerdo con el mundo en que vivieron, el Romanticismo fue un movimiento historicista. En el pasado buscaban los ideales que habían desaparecido. Se instaura un culto a lo popular, lo vernáculo y lo medieval, que en muchos casos aparece estrechamente interrelacionado, en el ámbito de la política, con el nacionalismo y el independentismo (piénsese en este sentido en el Rexurdimentu gallego o la Renaixença catalana).
Expuestas estas cuestiones, centrémonos en el desarrollo del movimiento romántico en España.
III. EL ROMANTICISMO ESPAÑOL.
CRONOLOGÍA.
Tanto si hablamos de su inicio, como de de su finalización, los límites cronológicos del Romanticismo en España resultan difíciles de concretar.
Así por lo que se refiere a sus inicios nos encontramos con que, aunque la célebre polémica entre Mora y Nicolás Böhl de Faber acerca del teatro data de 1814, las primeras manifestaciones creativas del Romanticismo no tendrán lugar, hasta los años 30.
En cuanto a la fecha de finalización, las cosas no están mucho más claras, pues, si por un lado es en 1849, cuando se publica La gaviota de Fernán Caballero, obra precursora del Realismo; por otro, nos encontramos con que, en los años 60, Becquer y Rosalía producen sus obras, en una línea claramente deudora del Romanticismo.
Teniendo en cuenta, todas estas complejidades, la crítica tiende a establecer los siguientes periodos en el XIX.
• Fin del Neoclasicismo hasta 1830.
• Romanticismo 1830-1850.
• Postromanticismo 1850-1875.
• Realismo 1875-1898.
Como podemos ver, la incorporación de España a la revolución romántica fue lenta y rezagada en comparación con otros países. Este hecho parece condicionado por las circunstancias políticas. Circunstancias críticas sobre todo, en la llamada Década Ominosa (1823-1833) del reinado absolutista de Fernando VII, que supuso el exilio de los escritores próximos al Liberalismo que hubieran podido aportar algo. Poco a poco, sin embargo, gracias a las traducciones, el retorno de algunos exiliados y las publicaciones como El europeo, El diario mercantil o El mercurio gaditano, las nuevas ideas irán implantándose en nuestro país.
CARACTERÍSTICAS TEMÁTICAS.
Podemos decir que la literatura romántica española se centra en tres grandes núcleos temáticos: la historia, los sentimientos y los conflictos sociales.
La historia.
En toda Europa se acudió a ella con frecuencia como fuente de inspiración; ya fuese utilizándola como telón de fondo o mero escenario; ya tomándola como pretexto para reflejar una situación actual desde un punto de vista crítico. Cada una de estas variantes solían asociarse con una ideología conservadora y progresista, respectivamente.
En nuestro país, sólo se cultivó la primera tendencia. Imbuida de ideas conservadoras y para resurrección de antiguos valores como el honor. El interés se proyecta de un modo exclusivo a la historia nacional, con preferencia a la Edad Media de la que se resucita la maurofilia que ya había aparecido en algunos romances medievales. También se recurre en segundo lugar al Siglo de Oro. La historia está presente en todos los géneros: El señor de Bembibre, El moro expósito, El trovador.
Los sentimientos.
Ocupa un puesto de excepción el amor, un amor siempre trágico, que presenta diversas modulaciones.
• Es a veces un amor ideal, melancólico e inalcanzable.
• Amor verdadero y apasionado al que se opone la sociedad, a través de la familia, y en última instancia la fatalidad (como sucede en Don Álvaro o la fuerza del sino).
• Ocasionalmente el erotismo está presente en el Romanticismo español. Un erotismo negativo emparentado con la muerte y que expresa el hastío vital del autor.
• Para terminar, conviene mencionar el tratamiento idealizado que se da a la mujer. Idealización radical que la presenta, ya como “ángel de amor”, ya como un demonio exquisitamente dotado para el mal.
Otro tema recurrente es la religión. Como sentimiento no es firme, se apela a un dios inconcreto, e incluso es habitual el satanismo (así “El diablo mundo” de Espronceda, o la escena final de “Don Álvaro…”). En el plano institucional, se admira la belleza de la liturgia católica y las catedrales, pero, a veces, se critica al clero.
Respecto a la vida, se mantienen las constantes que hemos enunciado al comienzo del tema. El desprecio a la muerte conduce al heroísmo que es algo que cuenta con una especial presencia en nuestra literatura, el suicidio y el cementerio se convertirán en lugares comunes.
Los conflictos sociales.
La literatura romántica se caracteriza por su compromiso social desde posiciones conservadoras o progresistas. El poeta se considera a sí mismo profeta de los tiempos modernos, que debe denunciar las injusticias y fallos de la sociedad en la que vive y a la que desprecia como factor degenerador y castrador del individuo (mito del buen salvaje). Este compromiso se traduce en tres actitudes fundamentales:
• Humanitarismo de raíz ilustrada radicalizado en una sistemática simpatía hacia los tipos marginales: piratas, mendigos, presos, bandidos, etc.
• Nacionalismo. Exacerbado, como es lógico, por la victoria sobre los franceses en la guerra de La Independencia y expresado, con frecuencia en la literatura. En relación con esta cuestión es necesario citar el nacimiento de los movimientos nacionalistas en Galicia y Cataluña con sus movimientos de resurrección de la cultura vernácula: Rexurdimento y Renaixença, respectivamente.
• Costumbrismo. Hay en el Romanticismo un vivo interés por captar los matices pintorescos y genuinos de la sociedad española, que, según muchos escritores, componen su verdadera esencia.
CARACTERÍSTICAS FORMALES.
Se pueden sintetizar siguiendo a Navas Ruiz en: color local, fantasía, procedimientos caracterizadores, lenguaje.
Color local.
Esta característica se opone a las pretensiones de universalidad del Neoclasicismo. Hay un interés eminente por captar el entorno concreto en el que se desenvuelve el ser humano y por el paisaje. La naturaleza aparece subjetivada. La noche, las tempestades, la primavera y el otoño son lugares comunes en la ambientación romántica.
Cuando se trata de recrear paisajes urbanos, se recurre a ciudades cargadas de historia y belleza arquitectónica como Granada, Toledo o Salamanca.
Fantasía.
Interés por lo sobrenatural y la vida de ultratumba. Se recurre a menudo a la visión y el sueño.
Procedimientos caracterizadores.
Se crean tipos más que caracteres, son personajes de una pieza que encarnan valores antes que representar a individuos. El planteamiento es maniqueo, esto es, los personajes aparecen polarizados en buenos y malos. Se da importancia al gesto y al entorno como modos de caracterizar a estos personajes, en relación con esto cabe mencionar el patente influjo de la fisiognomía y la craneoscopia en las descripciones.
El lenguaje.
• En primer lugar, se eliminan las referencias neoclásicas como son la utilización de nombres mitológicos para referirse a los fenómenos naturales, etc.
• Se rechaza la distinción entre palabras nobles y plebeyas, se introducen palabras populares que aportan expresividad.
• Algunas palabras, adjetivos sobre todo, se utilizan hasta la saciedad configurando una especie de léxico romántico, así: fatal, lúgubre, lóbrego sempiterno, raudo, infernal.
• El estilo es, casi siempre, enfático y grandilocuente. Caracterizado por el exceso verbal y la abundancia de puntos suspensivos, exclamaciones, interrogaciones, antítesis.
• El frecuente el uso de la ironía y el sarcasmo como expresión del desengaño.
• Uso de términos políticos.
• Por último, cabe mencionar, en contraposición con la centuria previa, la tendencia al purismo lingüístico que rechaza el uso de galicismos (nacionalismo).
LOS GÉNEROS.
La poesía
Con posterioridad a la muerte de Fernando VII, el género experimenta un notable desarrollo al que contribuyeron el surgimiento de nuevos periódicos y revistas, y el desarrollo de un interés por la literatura por parte de la clase burguesa.
Consignamos, dentro de la poesía romántica, dos tendencias fundamentales: poesía narrativa y poesía lírica.
La primera relata en metros muy variados todo tipo de hechos históricos, legendarios o inventados, combinando la narración, con lo puramente lírico e incluso el diálogo. En este contexto, podemos hablar de un importante proceso revitalización del romance, forma muy cultivada y apreciada por los románticos al encarnar muchos de los valores(tradición, origen popular, primitivismo) que estos defendían.
Dentro de la poesía narrativa se pueden mencionar obras como El moro expósito (1834) de el Duque de Rivas, El estudiante de Salamanca(1840) y El diablo mundo(1841) de Espronceda y Granada(1840) de Zorrilla.
La lírica expresa a través del verso todos los temas y preocupaciones típicamente románticos que ya hemos comentado. La mayor parte de los críticos coincide en señalar una falta de autenticidad sentimental en la mayoría de las manifestaciones de esta tendencia y un exceso de retórica, grandilocuencia y tópicos. Los rasgos formales más evidentes son: la mezcla de géneros y la polimetría. Zorrilla y Espronceda siguen siendo los autores más importantes junto a Carolina Coronado, Gil y Carrasco o Gertrudis Gómez de Avellaneda. Será en el postromanticismo, con las obras de Bécquer y Rosalía, donde encontremos un desarrollo, de mucha mayor calidad, de la lírica romántica.
La prosa
Salvando la gran figura de Larra, la primera mitad del XIX se caracteriza, más que por haber producido grandes escritores, por haber sido el momento en que se van desarrollando las condiciones necesarias para que exista un mercado editorial capaz de satisfacer la demanda lectora de la floreciente burguesía. En este ámbito es imprescindible mencionar la novela por entregas y el folletín, en la que destacaron Manuel Fernández y González (cuyas iniciales, MFG eran popularmente traducidas como: mentiras fabrico grandes) y el mallorquín Wenceslao Ayguals de Izco. Esta literatura es, sin embargo, por sus temas y estética mucho más próxima al Realismo que al Romanticismo, en la mayoría de los casos.
En el terreno de la prosa verdaderamente romántica, habría que destacar dos manifestaciones o subgéneros: la novela histórica y el costumbrismo.
La primera, siguiendo el magisterio de Walter Scott, padre escocés del género, ambienta sus tramas en la Edad Media, llevando a cabo una reconstrucción de esta época con fines meramente estéticos, sin pretensión alguna de rigor. Lo medieval no es más que una tramoya que se presenta con premeditada imprecisión temporal (o anacronismos, incluso); y que simplemente sirve de fondo para el despliegue, por parte de los personajes, de un conflicto narrativo, que suele ser de carácter amoroso. Entre los recursos técnicos presentes en el género cabe destacar: el tópico del apócrifo, las descripciones minuciosas, el maniqueísmo, las tramas enrevesadas y el uso de un léxico arcaizante que recrea el lenguaje de la época. Autores y obras importantes serían Sancho Saldaña (1834), de Espronceda; Sab (1834), de Gertrudis Gómez de Avellaneda; y, sobre todo, El señor de Bembibre (1844), Enrique Gil y Carrasco.
El costumbrismo surge estrechamente vinculado a las publicaciones periódicas y con los cuadros de costumbres del Barroco como precedente. La finalidad del costumbrismo es satirizar aspectos políticos y sociales de la realidad; y pintar con autenticidad las manifestaciones más peculiares y castizas del pueblo español. Dicho retrato se lleva a cabo a través de dos técnicas: la del tipo y la de la escena. En la primera, se describe a un personaje típico de la vida española (el majo, el calavera…) y, en la segunda, intervienen varios personajes planteando una narración que, de modo sintético, ejemplifica determinados usos y costumbres. Existen dos tipos de costumbrismo. Un costumbrismo conservador y nostálgico, que trata de preservar y salvar del olvido las costumbres que presenta en sus cuadros, tal es el caso de las Escenas matritenses de Mesonero Romanos y las Escenas andaluzas de Serafín Estébanez Calderón. Y un costumbrismo progresista que reflexiona y profundiza, censurando aquellas costumbres que son manifestación de algún atraso o carencia del pueblo español. En esta línea se encuentra la obra del más importante prosista romántico: Mariano José de Larra.
Larra encarna en su vida y en su obra al prototipo del escritor romántico. En la vida, por el trágico final de su existencia. En su obra, por su concepción de la literatura como algo al margen de todo dogma y como instrumento de crítica a una realidad que le resultaba desagradable. Su obra se despliega en los múltiples artículos periodísticos que escribió. Dichos artículos se suelen dividir, atendiendo a su contenido:
• Crítica literaria. En los que dedica especial atención a la vida teatral. Se declara admirador de Moratín y el teatro neoclásico; pero no escatima elogios hacia el drama romántico y en especial hacia El trovador de García Gutiérrez y Los amantes de Teruel, de Hartzenbusch.
• Políticos. En los que, con los naturales inconvenientes de la censura, Larra fustiga el Absolutismo, el carlismo, y, también, algunas políticas liberales (Mendizábal).
• Costumbres. Son los más interesantes desde el punto de vista literario. Mientras Mesonero Romanos o Estébanez Calderón, describen por el mero hecho de recrearse en lo pintoresco, Larra lo hace con un afán crítico. Crítica moral y social que arremete contra la ignorancia, el casticismo fanático (El castellano viejo), la ineficacia del funcionariado (Vuelva usted mañana) y otros aspectos concretos de la vida española. En algunos de ellos, un radical pesimismo trasciende lo social y lo político expresando un spleen casi existencialista: Nochebuena de 1836, Día de difuntos de 1836.
Larra utiliza en sus artículos la descripción y la narración para ejercer su crítica, con técnicas que anticipan el esperpento de Valle-Inclán, su estilo es vigoroso y vehemente. No son pocos quienes lo consideran el primer prosista contemporáneo.
El teatro
Hasta los años 30, el panorama que nos encontramos en los escenarios españoles es muy semejante al del siglo anterior. Siguen reponiéndose comedias del XVII, alguna comedia de corte moratiniano, sainetes y algunas traducciones de melodramas de origen francés.
En 1834 se representarán los primeros dramas románticos consiguiendo, de modo fulminante, el favor de un público mayoritario. Dicho éxito es fácil de entender, basta con analizar las características fundamentales de un género, que, en algunos aspectos, suponía un retorno a las enseñanzas de los grandes maestros del Barroco. Analicemos dichas características.
• El eterno tema es el amor. Amor absoluto e ideal, frustrado por la oposición familiar y, en última instancia, por un destino del que los enamorados son víctimas.
• Como tema secundario, íntimamente relacionado con el anterior, cabe citar la libertad, el derecho a rebelarse frente a la tiranía, la reivindicación de la felicidad individual frente a las convenciones sociales (matrimonio de conveniencia).
• Los personajes son tipos esquemáticos. No varían psicológicamente a lo largo de la historia. El hombre suele ser un héroe de origen desconocido y la mujer una dama de gran belleza. La división de los personajes en conflicto suele ser maniquea.
• Las tramas se ambientan en la historia medieval o áurea.
• Se mezclan los géneros, de hecho, el drama es un género mixto por definición.
• Se mezclan prosa y verso, o se usa el verso polimétrico.
• Se conculca la regla de las tres unidades.
• El número de actos es variable (de tres a cinco).
• Presenta gran importancia la escenografía.
• Las tramas son enrevesadas, plagadas de intriga, peripecias y anagnórisis, con el fin de conmover al espectador, objetivo fundamental de este teatro.
Entre los autores y obras más importantes habría que citar La conjuración de Venecia de Martínez de la Rosa, que inaugura el género; Don Álvaro o la fuerza del sino, del Duque de Rivas; El trovador, de García Gutiérrez; Los amantes de Teruel, de J. E. de Hartzenbusch y, naturalmente, Don Juan Tenorio, de José Zorrilla.
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